miércoles, 19 de junio de 2013

Reflexión Misantrópica

Vivimos en una realidad que el hombre ha intentado entender y explicar a lo largo de toda su existencia. Dentro de esto, un montón de grandes ideas fueron desechadas y otras locuras se volvieron ciencia. Hoy nuestro limitado pensamiento nos narra la historia de una extraña civilización que apareció dentro de un extraño planeta en un extraño día. Tu vida, nuestra vida, y la vida en sí como una característica propia de nuestro mundo es para nosotros un hecho natural, lógico, explicable por la unión de determinados elementos biológicos bajo determinadas circunstancias fácticas. Sin embargo, tu vida, nuestra vida, y la vida en sí para el resto de nuestro sistema solar, hasta el día de hoy, sigue siendo una cruda excepción.


Religión, política, economía, etc., son las clásicas respuestas humano-estructurales inventadas como un intento infructuoso de explicar una existencia que, muy probablemente, haya sido consecuencia del mayor error cósmico del universo. Posibilidad que las ideas nunca imaginan, que los sueños nunca revelan y que al mismo cerebro aterroriza, pues al ser vivo le está prohibido imaginarlo. Esta posibilidad es el fundamento de todos nuestros miedos y es la energía detrás de lo que nosotros consideramos opuesto a lo positivo. Es simple; estamos solos, y a nuestra mente no le es permitido aceptarlo por una sencilla razón: Miedo. No solo de ser los únicos, sino de haber aparecido sin ser invitados. Somos ellos, la consecuencia de aquel error de la armonía infinita que culminó en lo que hoy llamamos “vida”; somos los villanos de las fabulas animales; las principales víctimas de aquella exclusividad autoproclamada en la administración y repartición de los recursos naturales; somos los responsables de las justificaciones existenciales derivadas de nuestra supuesta “razón” y de sus consecuencias., De los buenos, los más malos; De los malos, los menos coherentes; somos nosotros, esa la luz y oscuridad, bien y mal, amigo y enemigo, siempre de forma circunstancial. Personificamos la antagonía dual de creer en un "todo", mientras claramente somos la excepción de la "nada". La verdad es que nos cuesta admitir que una especie superior no nos hubiera venido nada mal, y que el mundo sin nosotros, quizás, sería muy parecido al cielo. Pero es así, el amor hacia nosotros mismos supera cualquier noción universal, con la excepción del amor que sentimos hacia las cosas que podemos explicar y regular bajo nuestras leyes. Explicar las cosas nos hace grandes, sin embargo, y como seres circunstanciales, ocultamos tras bastidores las cosas que no podemos entender ni explicar, y volcamos su contenido a fuerzas de iguales características. Está claro que en esta realidad delimitada por las variantes del tiempo y del espacio hemos favorecido a una, porque la otra nos aterra. Dignificamos al tiempo y lo invitamos a formar parte de nuestros días, cada día. Nos agrada el tiempo porque lo entendemos y lo controlamos; pero callamos y nos aterra el espacio pues fundamenta nuestra equívoca existencia. Así, reiteramos al tiempo como una herramienta humana para ubicarnos, de forma simpática, en el espacio, ya que sin él, solo nos quedaría la pena de existir


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